Durante las últimas semanas, he visto escritos en los diarios de Lima; muchos panegíricos, loas y otros homenajes resaltando la personalidad de don Fernando Belaunde Terry. Quienes los escriben, son gente que de una u otra forma han sido, y son, los beneficiarios del homenajeado. Se dice de él, que fue el presidente mas preparado, el de mayor educación y de mejor presencia; comparándolo con los demás gobernantes; de los últimos 30 años. Todo eso es cierto, (comparados con Toledo y el japonés, lo es cualquiera, ¿verdad?). Don Fernando, recorrió casi todo el Perú, alguna vez en compañía del señor Héctor Cornejo Chávez y las más de las veces, solo. De muchas provincias se trajo a Lima para que lo apoyaran en su gobierno, a mucha gente que él, creyó valiosa. De Chimbote se trajo un boticario, del Cuzco un ingeniero y del mismo modo, muchísima gente de otros lugares que visitó; haciendo proselitismo político. Alguna, de tales personas, le resultó útil, la mayoría era mediocre; pero como el boticario me marras, al final de los gobiernos de don Fernando, salieron muy ricos. Don Fernando, que duda cabe, era un hombre honesto y honrado, a carta cabal; sin embargo, muchísimos, de su entorno; no pueden recibir el mismo calificativo. Don Fernando, era “soñador” e impaciente. Recordemos nomás, lo que hizo, buscando el poder: las barricadas en las calles de Arequipa, el duelo a sablazos, en una azotea, contra el diputado señor Carlos Watson (sin saber siquiera manejar el sable) y el incidente de la lancha en que lo conducían, detenido, al Frontón. Ya en el gobierno, don Fernando nombró como ministros a gente joven, sin experiencia y algunos mayores, con poca capacidad para el desempeño cabal, del cargo que ostentaban. Así fue, como pisó el palito de que le puso la oposición; Una oposición llena de “mañas”, con más de 30 años de frustración política y se dio el caso de la famosa página 11. Antes de ocuparnos del más grande “sueño” de don Fernando, recordemos un poco la situación económica y social del Perú de entonces: Los periódicos más influyentes de la época hablaban del inminente despegue industrial del Perú. Y efectivamente, todo parecía indicar que tal milagro se daría. Nuestro ministro de economía, en aquellos tiempos, don Pedro Beltrán Espantoso; con estudios del alta economía en universidades del Reino Unido; consiguió detener la caída de nuestra moneda e hizo aprobar las leyes necesarias para permitir que las grandes compañías fabricantes de automóviles y camiones, las de artefactos eléctricos y electrónicos y en general, todo tipo de productos; instalaran sus plantas de ensamblaje aquí, en Lima. La idea era, además, que en unos años; esta industria se expandiera por todas las ciudades importantes del país, y que luego de unos años de experiencia; se empezaran a fabricar motores, para los vehículos, en Trujillo y Arequipa. En lo social, el Perú en aquellas épocas era un tanto diferente del actual. Las clases dominantes, los que tenían dinero y los funcionarios públicos, enquistados en lo más alto del gobierno; se concentraban en la capital y miraban pos sobre sus hombros al resto de peruanos: comerciantes, empleados públicos de bajo nivel, empleados y obreros particulares y los últimos, la gente del campo, pobre de solemnidad. Con el arranque de la incipiente industrialización; la situación, en general, empezó a mejorar y creo yo, que de haberse realizado todo lo planificado por el gobierno aquel, posiblemente, ningún peruano hubiese tenido que emigrar en busca de un mejor porvenir. Trabajo bien pagado, sería lo que nos sobrase. Mas o menos a finales del gobierno del general Manuel Odría un gran industrial apellidado Le Torneau (o algo parecido) Quiso convertir nuestra selva en un extenso criadero ce cebúes. Este señor era llamado “el socio de Dios”, porque según decían, quienes lo conocieron de cerca, jamás fracasó en alguno de los negocios que emprendió. Tenía, además, una fábrica de gigantescas máquinas como los Caterpillar, sierras, trituradoras de madera y cuanto fuera necesario para industrializar los árboles retirados de la selva. El gobierno le dio, en concesión, al señor Le Torneau; miles de hectáreas de selva virgen a cambio de que construyera 50 kilómetros de carretera asfaltada, de Pucallpa a Tournavista, su centro de operaciones. Los trabajos empezaron con buen pie, y durante aquel verano se avanzó bastante, para la maquinaria con la que contaba el industrial La Torneau todo era fácil. Pero, llegó la época de lluvias y en la selva, sí que llueve. Se paralizaron las obras y se guardó la maquinaria, lo mejor posible, hasta la llegada del verano; al llegar este, se intentó reanudar los trabajos. Las máquinas estaban enmohecidas, la trocha que se había preparado para la carretera, nuevamente llena de vegetación; en suma, un desastre. Pero el socio de Dios, terco ahí, queriendo reanudar su obra. Al tercer intento se rindió y se fue por donde había venido, derrotado por la selva. Todo lo sucedido con Le Torneau, dejó una gran enseñanza a nuestros ingenieros del Ministerio de Fomento, de entonces. Posiblemente se dijeron: “ La selva es dura, pero no invencible”; y luego de conocer mas a fondo selvas como las de Birmania, Africa; etc. Vieron que el medio más efectivo para conquistar nuestra selva era construir un ferrocarril y planificaron el de Tambo del Sol, en el departamento de Junín, a Pucallpa. El ferrocarril, además de trasportar muchísima mas carga y pasajeros que los camiones y los buses, es más seguro. Puede funcionar con leña, carbón, gas, electricidad o petróleo. Las vías del ferrocarril, son fáciles de mantener y el caso de las riadas o huaycos, tan frecuentes en nuestra selva alta, las rieles quedarían colgando y sería muy fácil apuntalarlas. En fin, un ferrocarril tiene muchísimas ventajas sobre una carretera, especialmente en la selva. Tampoco serviría de aeropuerto, a las avionetas de los narcos. Este ferrocarril pudo haberlo terminado de construir el gobierno de don Fernando. En lugar de ello se aferró a su mayor sueño, “La carretera marginal de la selva”; hoy llamada Fernando Belaunde, en recuerdo de su creador. ¿Cuánto costó y cuánto cuesta su mantenimiento? Por lo que he oído decir a mucha gente, costó demasiado. La industrialización del país, que ya iba por buen camino. Los entes crediticios, internacionales estuvieron llanos a prestar las inmensas sumas que la obra requería; a cambio de destruir nuestra naciente industria. De ese modo, seguiríamos siendo sus dependientes, per secular seculorum. Se dice, que el río baja turbio, porque hay lluvia en las alturas. Cierta vez leí que don Fernando, en una de sus magistrales alocuciones, dijo: “¿Para qué ensamblar vehículos ni nada; si podemos importarlos ya armados?”. Nunca se detuvo a pensar, que las fábricas proporcionan muchos puestos de trabajo. Ahora, que tenemos tantas universidades de donde egresan, anualmente, cientos de profesionales en todas las ramas del saber; ¿no sería mas importante, que el país estuviera industrializado; que tener una carretera en la selva, de costoso mantenimiento y utilizado, con frecuencia, por narcos y rebeldes? Yo, solo pregunto; la respuesta la deben dar, todos los peruanos.
Quienes vivimos en el Perú en los años ochenta, del siglo pasado; sabemos como empezó la subversión. A don Fernando, le informaron del asunto y él, no le dio mayor importancia. “Son una simple gavilla de abigeos”, diz que dijo. ¡Cuántas vidas y cuánto dinero se habría ahorrado, de haberse actuado correctamente, contra el emergente Sendero Luminoso. Estas, son verdades, que quienes desean conocerlas mas a fondo; pueden leerlas en los periódicos de la época; existentes en nuestra Biblioteca Nacional.
